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Fiestas Litúrgicas

Pentecostés

08 junio Pentecostés, BAV Chig. A. IV. 74, f. 117v

La solemnidad de Pentecostés se celebra 50 días después de la Pascua: una fiesta en la que se conmemora el don del Espíritu Santo, que colma la confusión de Babel (cfr. Gn 11): en Jesús, muerto, resucitado y ascendido al cielo, los pueblos vuelven a entenderse en una única lengua, la del amor.
En la primera mitad del siglo III, Tertuliano y Orígenes ya hablaban de Pentecostés como una fiesta que seguía a la de la Ascensión. En el siglo IV, Pentecostés se celebraba comúnmente en Jerusalén, como recuerda la peregrina Egeria, y proponía el tema de la renovación que la venida del Espíritu había provocado en los corazones de los hombres.
Pentecostés tiene sus raíces en el pueblo judío, con la Fiesta de las Semanas, una fiesta de origen agrícola en la que se celebraba la cosecha del año. Más tarde, los judíos recordaron la revelación de Dios a Moisés en el Monte Sinaí con el regalo de las Tablas de la Ley, los diez mandamientos. Por eso, para los cristianos se convierte en el momento en que Cristo, vuelto a la gloria del Padre, se hace presente en el corazón humano a través del Espíritu, una ley dada por Dios y escrita en los corazones: "La Alianza nueva y definitiva ya no se funda en una ley escrita en tablas de piedra, sino en la acción del Espíritu de Dios que hace nuevas todas las cosas y se graba en los corazones de carne" (Papa Francisco, Audiencia General del 19 de junio de 2019). A partir de Pentecostés, la Iglesia comienza y se lanza en su misión evangelizadora.

  

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María, Madre de la Iglesia - Lunes de Pentecostés

09 junio Maria Madre della Chiesa ES

La Memoria de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, nos recuerda que la maternidad divina de María se extiende, por voluntad del mismo Jesús, a todos los hombres, así como a la Iglesia.
El Papa Francisco, en 2018, fijó esta memoria en el lunes siguiente a la solemnidad de Pentecostés, el día en que nace la Iglesia. Pero este título no es nuevo. Ya San Juan Pablo II, en 1980, invitó a venerar a María como Madre de la Iglesia; e incluso antes, San Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, al concluir la Tercera Sesión del Concilio Vaticano II, declaró a la Virgen "Madre de la Iglesia". En 1975, la Santa Sede propuso una Misa votiva en honor de la Madre de la Iglesia, pero esta celebración no entró en el calendario litúrgico.
Junto a estas fechas recientes, no podemos olvidar lo mucho que el título de María, Madre de la Iglesia, está presente en la sensibilidad de San Agustín y San León Magno; de Benedicto XV y León XIII. Como hemos dicho, el Papa Francisco, el 11 de febrero de 2018, en el 160° aniversario de la primera aparición de la Virgen en Lourdes, decidió hacer obligatoria esta Memoria.

  

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Santísima Trinidad - domingo después de Pentecostés

15 junio Maria Madre della Chiesa ES

El domingo pasado, con la solemnidad de Pentecostés, terminó el tiempo de la Pascua; el lunes retomamos el tiempo ordinario, es decir, el tiempo de la Iglesia (con el verde como color litúrgico), un tiempo en el que estamos llamados a vivir el Evangelio en la normalidad de la vida cotidiana, dando testimonio de la alegría de ser discípulos de Jesús crucificado y resucitado.
Si nos detenemos un momento y miramos hacia atrás, podemos ver un plan único. Desde el Cielo, Dios Padre vio lo lejos que se habían extraviado los hombres, después del pecado de Adán y Eva (Gn 3); eran incapaces de encontrar el camino de regreso a la Casa del Padre. Envió a los profetas para que les ayudaran a encontrar el camino, y no sólo no los escucharon, sino que los mataron (cfr. Mt 23,29ss). Al final, movido por la compasión, envió a su único Hijo: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". (Jn 1,14, Navidad). Jesús, el Hijo de Dios, compartió nuestra condición humana en todo menos en el pecado, ayudándonos a recordar que hemos sido creados por Dios, que somos sus hijos y que Dios es Padre. Con sus palabras y su vida, nos enseñó con la Verdad el Camino de vuelta al Padre, la Vida Eterna. De este modo, Jesús nos manifestó el Rostro del Padre: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9). Nos recordó que el camino al cielo es posible para todos, que no debemos temer, no debemos avergonzarnos... porque Dios Padre es amor, es fidelidad, es misericordia.
Jesús, obediente al Padre, murió en la cruz por nuestra salvación. Al tercer día, resucitó, venciendo el pecado y la muerte, abriendo así el camino para que volvamos a su Padre y a nuestro Padre (Pascua). Es un camino que podemos recorrer con confianza porque Jesús ascendió al cielo y nos dio el Espíritu Santo (Pentecostés), el primer don para los creyentes, el Amor hecho persona derramado en nuestras personas para que vivamos como hijos de Dios. De este modo podemos comprender por qué hoy la liturgia nos hace vivir la solemnidad de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este Dios, que se presenta como Uno y Trino, no está tan lejos como parece, sino que está tan cerca que se hizo por nosotros Pan partido, Corpus Domini (el próximo domingo). El Pan del viaje al cielo, el Pan de los ángeles. Un regalo que conserva y revela el Sagrado Corazón de Jesús, una solemnidad que celebraremos el viernes siguiente al Corpus Christi.
Tres festividades litúrgicas que resumen el misterio de nuestra fe, revelado en estos meses: desde la Navidad hasta la muerte y resurrección de Jesús, pasando por su ascensión y Pentecostés.
La herejía de Arrio (que dudaba de la divinidad de Jesús y del vínculo entre la Santísima Trinidad), condenada por los concilios de Nicea (año 325, el Credo Niceno) y Constantinopla (año 381, el Credo Niceno-Constantinopolitano), favoreció la difusión de la fe en la Trinidad, tanto en la predicación como en la práctica de la piedad. Ya hacia el siglo VIII, las referencias a la doctrina de la Santísima Trinidad aparecieron en el prefacio litúrgico. Alrededor del año 800, surgió una misa votiva en su honor, que se celebraba en domingo -decisión que encontró oposición porque todos los domingos implican el recuerdo de la Trinidad- hasta que el Papa Juan XXII introdujo la fiesta para toda la Iglesia en el año 1334.

  

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Corpus Domini

22 junio Corpus Domini ES

La fe en Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo (Santísima Trinidad) no es una experiencia lejana o inalcanzable. Al contrario, Dios mismo ha querido permanecer con nosotros bajo la forma del Pan de cada día que se parte y se comparte cada vez que se reviven sus palabras: "Este es mi Cuerpo... Esta es mi Sangre...".
El origen de la Solemnidad de hoy, que reconoce y agradece esta presencia tan cercana de Dios, se halla en 1207 en Bélgica, cuando una joven monja agustina, Juliana de Cornillón, tuvo una visión que presentaba la luna llena con una mancha opaca que empañaba su esplendor. La visión fue interpretada así por los expertos de la época: la luna llena simbolizaba la Iglesia; la mancha opaca era la ausencia de una fiesta que honrase de forma específica el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Con el apoyo de numerosos teólogos, se pidió entonces al obispo que aprobara la celebración de esta nueva fiesta. Al año siguiente, Juliana tuvo otra visión más clara, pero todavía tuvo que luchar mucho para que fuera instituida la fiesta; lo consiguió solo en 1247 y a nivel diocesano, cuando Roberto de Thourotte se convirtió en obispo de Lieja.
En 1261, un antiguo archidiácono de Lieja, Jacques Pantaléon, fue elegido Papa con el nombre de Urbano IV. En 1264, impresionado por un milagro eucarístico que tuvo lugar en Bolsena -cerca de Orvieto (Italia), donde él residía- promulgó la Bula Transiturus, con la que instituyó la nueva Solemnidad en honor del Santísimo Sacramento, que había de celebrarse el primer jueves después de la octava de Pentecostés. A Tomás de Aquino se le dio el encargo de componer el oficio litúrgico, cuyo himno más famoso es el Sacris solemniis; la penúltima estrofa, que comienza con las palabras “Panis angelicus”, ha sido musicada a menudo separadamente del resto del himno. Como el Papa Urbano IV murió dos meses después de instituir la fiesta, la bula no fue actuada. Años más tarde, el Papa Clemente V la confirmó. La procesión del Corpus fue introducida por el Papa Juan XXII en 1316.
En 1990, San Juan Pablo II hizo una visita pastoral a Orvieto; hablando de la catedral, dijo: "Si bien su construcción no tiene relación directa con la solemnidad del Corpus Domini, instituida por el Papa Urbano IV, mediante la bula Transiturus, en el año 1264, ni con el milagro de Bolsena del año precedente, es indudable que el misterio eucarístico se halla aquí manifiestamente evocado por el corporal de Bolsena, para el cual se hizo construir especialmente la capilla que ahora lo custodia celosamente. Desde entonces la ciudad de Orvieto es conocida en el mundo entero por ese signo milagroso, que a todos nos recuerda el amor misericordioso de Dios que se ha hecho comida y bebida de salvación para la humanidad peregrina en la tierra. Vuestra ciudad conserva y alimenta la llama inextinguible del culto hacia un misterio tan grande" (17 de junio de 1990).

  

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Natividad de San Juan Bautista

24 junio Natividad de san Juan Bautista, BAV Urb. gr. 2, f. 167v

Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de la natividad de San Juan Bautista, y el 29 de agosto, la memoria de su martirio.  No hay ningún otro santo del que la Iglesia celebre el nacimiento y la muerte, como celebra los de Jesús, el Hijo de Dios (25 de Navidad y Viernes Santo) y la Virgen María (8 de septiembre y 15 de agosto). Normalmente sólo se celebra el "nacimiento al cielo". Pero el propio Jesús dijo de Juan: "En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no hay otro mayor que Juan el Bautista" (Mt 11,11). Último de los grandes profetas de Israel, primer testigo de Jesús, iniciador de un bautismo para el perdón de los pecados y, en este contexto, bautista de Jesús; mártir por defender la ley judía.
Ya en el siglo IV encontramos conmemoraciones litúrgicas de San Juan Bautista en fechas diversas. La del 24 de junio se fija según el Evangelio de San Lucas, 1,36a, cuando se dice que Isabel estaba ya en "su sexto mes"; por tanto, seis meses antes de la Navidad. Desde el siglo VI esta fiesta tiene una Víspera. 

  

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Sagrado Corazón de Jesús

27 junio Sacratissimo Cuore di Gesù ES

La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús se celebra el viernes siguiente a la solemnidad del Corpus Christi, casi como para sugerirnos que la Eucaristía no es otra cosa que el Corazón mismo de Jesús, de Aquel que de corazón cuida de nosotros. En esta misma fecha, la Iglesia celebra la Jornada mundial de oración por la Santificación de los Sacerdotes.
Precisamente fue un sacerdote, el normando Juan Eudes, quien celebró esta fiesta por primera vez el 20 de octubre de 1672. Pero ya algunas místicas alemanas de la Edad Media —Matilda de Magdeburgo (1212-1283), Matilde de Hackeborn (1241-1298) y  Gertrudis de Helfta (1256-1302)—, así como el dominico Beato Enrique Suso (1295 - 1366), habían cultivado la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
A la difusión del culto contribuyeron las revelaciones privadas recibidas por la religiosa visitandina Margarita María Alacoque (1647-1690). Margarita Alacoque vivía en el convento de Paray-le-Monial (Francia) desde 1671. Tenía ya fama de gran mística cuando el 27 de diciembre de 1673 recibió la primera visita de Jesús, que quiso compartir con ella los sufrimientos de su Corazón rebosante de amor por el Padre y por toda la humanidad, del mismo modo que los compartió con el discípulo Juan durante la Última Cena. "Mi divino corazón está tan apasionado de amor por la humanidad que, incapaz de contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad, debe difundirlas. Te he elegido para este gran proyecto”, le dice.
Al año siguiente, Margarita tuvo otras dos visiones. En la primera apareció el corazón de Jesús en un trono de llamas, más brillante que el sol y más transparente que el cristal, rodeado de una corona de espinas; en la segunda, Margarita contempló a Cristo resplandeciente de gloria, con rayos de luz que salían su pecho y se expandían por todos lados. Jesús le habló de nuevo y le pidió que comulgara cada primer viernes de mes durante nueve meses consecutivos, y que se postrase en tierra en oración durante una hora en la noche entre los jueves y los viernes. Nacieron así las devociones de los nueve viernes y de la hora santa de adoración.
En una cuarta visión, Cristo le pidió que se instituyera una fiesta para honrar su Corazón y reparar, mediante la oración, las ofensas que recibe. De parte de Jesús, Margarita también recibió una gran promesa de perdón: quien se acerque dignamente a la Eucaristía y comulgue durante nueve meses consecutivos el primer viernes del mes, con espíritu de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento, amando, honrando y consolando al Corazón de Jesús, recibirá el don de la perseverancia final, es decir, terminará su vida con la gracia de los sacramentos y de la remisión de sus ofensas a Dios y al prójimo.
En 1856, Pío IX ordenó que la fiesta del Sagrado Corazón fuera extendida universalmente a toda la Iglesia. En 1995, San Juan Pablo II instituyó en este mismo día la Jornada Mundial de Oración por la Santificación del Clero, para que Jesús custodie el sacerdocio en su corazón.

  

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